miércoles, 14 de octubre de 2009

Sicología "inversa"

Las agujas del reloj se movían con una lentitud desquiciante, siempre he odiado los relojes sin segundero, me parecen frívolos y un tanto macabros. Sentada sobre aquel sofá de piel negra me pregunté dónde estaba el diván, ¿acaso la elección del diván no era lo primero que hacían todos los sicólogos nada más acabar la carrera? Por un instante sentí envidia por todos aquellos pacientes que tuvieran la suerte de estar tumbados sobre uno de esos maravillosos muebles. ¿Sería hombre o mujer? A mi madre se le había olvidado mencionar ese detalle, la decoración del despacho no ayudaba a adivinar el sexo del especialista. Una decoración demasiado estoica para mi gusto, estoicismo quebrado por un cuadro enorme situado en la pared frontal, ¿qué decir de ese cuadro? era horrible, una especie de mujer con ojos desencajados pintada en colores fríos. Con un reloj sin agujas, sin diván y con aquella mujer mirándome desde la pared de enfrente, tuve el impulso de querer rallar el suelo con mis zapatos pero el parqué no tenía la culpa.
Por fin se abrió la puerta de la habitación, al otro lado, un individuo que se mimetizaba perfectamente con el entorno. Era alto, debía andar por los treinta y pocos, pantalones grises y jersey granate de cuello redondo por el que asomaban unos tímidos cuadros verdes. Su cara fue una sorpresa agradable, los ojos le hacían juego con la camisa y sus facciones me hicieron pensar que hace muchos años el mismo hombre que ahora tenía delante había sido confundido más de una vez con una niña. No sabría decir si su entrada en la habitación me tranquilizó o me puso más nerviosa todavía.
- Buenas tardes, soy Andrés.- Me dijo mientras se acomodaba en un sillón y cogía de un cajón algo así como un cuaderno.
- Hola, yo soy tu paciente de las 5 y media.-Me pareció estúpido decirle mi nombre, estaba segura de que sabía a la perfección como me llamaba, mi madre debía haber repetido mi nombre hasta la saciedad en sus sesiones de sicología estéril.
- Bien, ponte cómoda, puedes tumbarte si quieres.- Miré de reojo el espacio de sofá que quedaba libre, soy una chica de talla media pero allí no me hubieran cabido ni la mitad de las piernas, cosa que hizo cuestionarme qué tipo de pacientes solía recibir este hombre, quizás era especialista en "gente pequeña".
- Estoy mejor así, el contorsionismo no me va demasiado.- Dije en un intento de romper el hielo, pero él siguió pasando hojas de su cuaderno, apenas me miraba cuando se dirigía a mí.
- Supongo que tu madre te habrá hablado de mi, ¿por qué crees que estás aquí?
- La verdad es que no ha hablado mucho de ti y no sé muy bien que hago aquí. Pero si le soy sincera siempre había querido venir al sicólogo, quizás sea una especie de regalo de cumpleaños que me ha hecho mi madre por adelantado.
- Comprendo...fui yo quien le dijo a tu madre que vinieras, quería comprobar en persona algunos detalles.
- Bueno, ya ves que aun no te he arrancado los dedos de un bocado.- Dije pensando en lo que ese pobre hombre tendría apuntado sobre mí en aquella libreta.
- Háblame de ti, ¿cómo es un día cualquiera en tu vida?
- Mmmm veamos, me levanto demasiado temprano para mi gusto, soporto seis horas de clases irrelevantes y por las tardes suelo....drogarme.
- Por favor ponle un poco de seriedad al asunto.
- ¿No ha sonado creíble? te aconsejo que apuntes lo de las drogas en tu cuaderno, si no incluyes matices de este estilo mi madre no te creerá.
- Lo que hablemos entre estas cuatro paredes es secreto profesional, queda entre tú y yo, no se lo voy a contar a tu madre.
- Quien sabe si ella lo hará.- Dije señalando a la mujer de ojos desorbitados que ahora me parecía incluso más terrorífica que cuando había entrado allí dentro.
- ¿Qué me dices de tu vida personal? ¿Tienes pareja?
- No, estoy soltera y entera.- Más tarde me di cuenta de que tan solo me había faltado guiñarle un ojo para convertir aquella aclaración en una insinuación en toda regla.
- ¿Alguna relación anterior?
- Alguna que otra.
- Háblame de ellas, ¿qué tal fueron?
- Bueno pues según lo que te acabo de decir puedes deducir por ti mismo que fueron un... ¡éxito total!
- Ya...emmmmm, cambiemos de tema, ¿a qué dedicas el tiempo libre?- Empezaban a incomodarme las preguntas que me hacía así que decidí cambiar las tornas del juego.
- Dime una cosa, ¿de dónde has sacado ese cuadro?
- Lo pintó una persona cercana a mí.
- ¿Y te gusta?
- Bueno, está colgado.
- ¿Y te gusta?- Se quedó callado mientras hacía como que miraba de nuevo las hojas del cuaderno y una vez más cambió de tema.
- ¿Qué tal te llevas con tus hermanos?
- ¡Ya sé! Este cuadro es como esas manchas de tinta que tanto os gustan a vosotros, a los sicólogos quiero decir, tiene diferentes interpretaciones en función de quien lo mire, ¿no?
- En realidad es solo...- Le corté para seguir divagando en el cuadro.
- Ufff menos mal, ahora entiendo porque lo has colgado ahí, ¿quieres que te de mi interpretación? yo veo una mujer con cara de loca que parece que se vaya a acercar a ti para arrancarte el corazón. Sí, sí definitivamente es lo que veo, de hecho si tuviera que ponerle un título sería: Margaret la destripadora. Es increíble, ¿y dices que aquí hay gente que ve maripositas y arcoíris?
- Yo no he dicho nada.- Dijo agarrándose a los brazos de su sillón y con cara de no estar pasando por una situación demasiado cómoda. Y es que yo ya no estaba sentada en el sofá, envuelta por la euforia me había levantado y me encontraba a pocos centímetros del cuadro intentando averiguar dónde estaban las maripositas de los demás.
- Creo que por hoy ya hemos tenido suficiente.- Dijo sentado en la misma posición que antes.
- ¡Vale!- Dije casi gritando, estaba deseando salir de allí, y creo que él también.
Abrió la puerta de la habitación y me extendió la mano en señal de despedida, en ese momento recordé los 200 euros que mi madre me había dado para pagar a este amable hombre por una hora de desinteresada escucha. Los saqué del bolso y de la manera más natural posible le coloqué los cuatro billetes de 50 en la palma de su mano, le miré a los ojos y no pude evitar decirle:
- Cómprate algo bonito, ¿qué tal...un diván?

domingo, 11 de octubre de 2009

Las voces de mi cabeza

Estoy en mi habitación, escucho el grifo del baño gotear, me levanto de la cama y voy a cerrarlo. Vuelvo a tumbarme pero de nuevo suena el sonido del agua en el lavabo, enciendo todas las luces y vuelvo a mirar, el grifo está cerrado. No puedo dormir, salgo de casa y justo antes de cerrar la puerta creo escuchar una nueva gota caer. Definitivamente tengo que buscar otro sitio al que ir. Ando rápido en línea recta por la acera, sin pisar las baldosas rojas. Veo algo de lejos, dos luces, no, son dos ojos, alguien me está mirando desde detrás del contenedor de basura, giro a la izquierda. Sigo andando, hace viento y las ramas de los árboles se mueven violentamente, escucho un silbido y a continuación algo así como el sonido de una moneda al caer al suelo. Siento la presencia de alguien tras mi espalda, un cosquilleo me recorre la columna vertebral y mis pies se han paralizado. Meto la mano en mi bolsillo buscando algo con lo que poder defenderme ante un posible ataque. No hay nada, mis bolsillos están vacíos y mi corazón se acelera al sentir como los pasos se acercan. Ya casi puedo escuchar una respiración, es profunda, mis manos tiemblan mientras observo como la sombra se me acerca por la espalda. El miedo me paraliza pero en un intento de defensa me giro. No puedo creerlo, no hay nadie, pero yo había escuchado un silbido, unos pasos, había visto una sombra acercándose. Sigo mirando alrededor pero no parece haber movimiento, ahora tengo más miedo que antes. Salgo corriendo, hasta toparme con mi portal, ya he tenido suficiente por esta noche. Abro la puerta de casa, silencio sepulcral. Tengo que despejarme, voy al baño, enciendo la luz y no puedo creer lo que veo, el agua desborda mi lavabo. El grifo está abierto.