viernes, 16 de mayo de 2008

Mi canción


"She loves you YEAH YEAH YEAH, she loves you YEAH YEAH YEAH!" La melodía se repetía una y otra vez, la aguja mal triplada del tocadiscos parecía haber escogido como favorita esa única frase. No era mi parte preferida de la canción ni mucho menos pero para mí, era bastante preferible a la melodía constituida a base de compases 2/4 llenos de corcheas y semicorcheas chirriantes, cargadas de ira y de furia; que en ese momento estaba teniendo lugar en la cocina de mi casa.

Pude distinguir por los tonos que la directora de orquesta en este caso era mi madre, mientras que mi padre se limitaba a seguir la partitura con tan solo algún que otro cambio de nota característico del músico que quiere advertir de su presencia en el concierto.

Desde luego, no era la primera vez que tenía ante mí la posibilidad de poder deleitarme con sus maravillosas composiciones. Sin embargo una vez más, prefería quedarme relegada en el patio de butacas más alejado del escenario principal.

Como en toda gran obra, siempre existe un intervalo de silencio. Yo lo confundí con el final del concierto y salí de mi habitación. El sonido de mis pies descalzos por el pasillo se convirtió en la batuta que reanudó la melodía.

No era mi intención, no lo pretendía, pero fue entonces cuando descubrí que esta sinfonía llevaba mi nombre por título.

domingo, 11 de mayo de 2008

Café y Acoso

Eran las siete y media cuando puse a calentar la cafetera. Con los ojos entreabiertos intentaba adivinar donde se encontraba el paquete de magdalenas que había abierto hacía tres semanas como mínimo, no era fácil teniendo en cuenta que sin gafas apenas encontraba diferencia entre un paquete de galletas y un lote de latas de atún. Lo cierto es que nada era fácil desde que mi novio se había largado con otra más alta, más guapa y más tonta que yo; bajo la débil excusa de que no soportaba más vivir con alguien que dormía con calcetines. He de reconocer que él era el que cocinaba, limpiaba y se encargaba de todo lo relacionado con las labores domésticas, mientras yo era la leona que traía el dinero a casa. Desde que él se había ido yo había continuado siendo la leona, la leona que vivía en esta leonera que era mi piso.
Siete tristes meses habían pasado ya desde su huida. Yo ocupaba mi vida con mi trabajo, echaba horas extras solamente para mantenerme ocupada, era fotógrafa y siempre existía la posibilidad de quedarme trabajando hasta tarde en la agencia. Mi vida social era un desastre, mis dos únicas amigas vivían a kilómetros de distancia y sus ajetreadas agendas impedían que nos viéramos más de dos veces al año. Cuando llegaban los domingos me colocaba mi mejor vestido y me bajaba al parque de la esquina, allí me sentaba en un banco a leer el periódico, quizás solo esperaba que alguien de repente se sentara a mi lado y quisiera conocerme.
Fue justamente un domingo el día que comenzó algo que de alguna u otra manera marcaría mi vida. Volvía del parque con el periódico bajo el brazo cuando al entrar en el portal me di cuenta de que en mi buzón había un sobre que sobresalía. ¿Hoy domingo me mandan cartas? Pensé extrañada. Lo saqué con dificultad del buzón, era un sobre grande en el que no figuraba ninguna dirección. Decidí no abrirlo allí y subí corriendo hasta mi casa para averiguar qué era aquello. Nada más entrar por la puerta rasgué el sobre descubriendo su interior, no podía creerlo, eran tres enormes fotos en las que curiosamente la protagonista era yo. Una de ellas había sido tomada en el parque, en otra se me veía andando por la calle y en la última me encontraba sentada en una de las mesitas de la cafetería que estaba debajo de mi casa. Las tres fotos eran de gran calidad, lo que me hizo pensar que se trataba de algún compañero de trabajo que había intentado gastarme una broma, pero lo cierto es que dudaba que ninguno de ellos supiera ni tan siquiera como me llamaba, ni mucho menos donde vivía.
Todo aquello era muy extraño, no sabía si debía asustarme o cuál debía ser el sentimiento adecuado ante una situación así. El sobre estaba encima de la mesa cuando me di cuenta de que todavía quedaba una pequeña nota en su interior, un papel diminuto de cuadritos en el que ponía “eres preciosa”. Ante una situación parecida cualquier otra persona hubiera llamado en ese momento a la policía, pero yo no, yo bajé a los chinos y compré un bonito marco para cada una de las fotos. Aquella nota había conseguido arrancarme la sonrisa que hacía meses que nada ni nadie conseguía sacarme.
Durante la siguiente semana esperaba ansiosa una nueva aparición de mi acosador, salía a la calle vestida lo más mona posible por si me cruzaba con su objetivo. Iba mirando para todos lados intentando descubrir a alguien con una cámara, pero nada, en la mayoría de las ocasiones la única persona que se encontraba en la calle con una cámara, era yo, aparte de los numerosos grupos de turistas japoneses, pero mucho me temía que ninguno de ellos supiera las reglas de nuestro abecedario.
Una semana y media después de su primera aparición tocaron a mi puerta. Se trataba de un chaval de no más de 18 años con un ramo de margaritas en la mano, la gorra en la que llevaba impreso el nombre de la floristería me hizo sospechar que aquel no era más que el simple repartidor. Tras un breve trámite me dio el ramo y desapareció escaleras abajo.
Un ramo de margaritas, sin duda era precioso, pero cómo sabía aquel individuo que me encantaba aquella flor, ni siquiera mi ex novio me había regalado nunca flores. Descubrí una nota entre las flores en la que ponía “me encanta tu perfume”. Esta persona había estado lo suficientemente cerca como para poder olerme, podía encontrarme ante un maniaco sexual, sin embargo yo, movida por el misterio decidí dar un paso más en todo esto. Sabía que seguía mis movimientos, así que decidí dejar en el parabrisas de mi coche una nota para él. En ella decía que le quería conocer, que me mandara una nota diciéndome la hora y el lugar.
No pasaron más de tres días cuando volvieron a llamar a mi puerta, esta vez era un mensajero con un paquete, tras firmar me lo entregó. Abrí aquella caja como si se tratase de ese regalo de reyes que tanto esperaste cuando tenías ocho años, solo que en aquella ocasión yo tenía 17 años más y el regalo no procedía de los reyes magos sino de mi acosador secreto, algo tremendamente más excitante. Tras romper todo tipo de envolturas encontré mi regalo, era un vestido, un vestido sencillo pero bonito. Y en el fondo de la caja se hallaba la nota en la que decía “nos vemos el jueves a las ocho y media de la tarde en la cafetería de la esquina, ponte el vestido”.
El jueves llegó y desde primera hora de la mañana ya hicieron falta varias tilas para intentar calmarme. Lo bueno de esta “cita” es que al menos no debía pensar en que ropa ponerme, eso ya me lo había facilitado el. Tenía miedo porque no sabía con qué me iba a encontrar, la idea del maniaco sexual volvía a mi cabeza una y otra vez pero no debía dejar pasar la oportunidad de conocer al único hombre que se había interesado por mí en estos últimos largos meses. Después de siete meses sin tan solo una caricia te conviertes en una buscadora hambrienta de cariño.
Creo que estuve sentada en la cafetería desde las ocho menos cuarto, me había puesto el vestido, arreglado el pelo e incluso pintado los labios. Comencé tomando una tila para relajarme durante la espera, a eso le siguió un café, tras lo que vino una cerveza, y después otra, y luego otra, y así hasta cinco. Y es que estuve esperando allí hasta las once y media de la noche, convencida de que de un momento a otro mi acosador se acercaría a mi mesa y descubriría su identidad ante mí. Cuando pedí la sexta el camarero se acercó a mí.
- Mujer, ¿no crees que llevas ya demasiadas?
Era obvio que llevaba demasiadas, con cinco cervezas yo ya no me encontraba en mi sano juicio pero aun así insistí en que me sirviera la sexta, cosa que desembocó en una terrible discusión, bueno más bien en un cúmulo de gritos por mi parte.
- Una más y ya está, estoy segura de que va a venir.
- No sabía que estabas esperando a alguien, mucho me temo que ya no va a aparecer.
- ¿Qué no va a aparecer? ¿Qué no va a aparecer? ¿Me estás diciendo que es un cobarde? Eh? EH?
- Solo te estoy diciendo que es mejor que te vayas a casa, ya le has esperado suficiente.
- ¡Tienes razón! Ya le he esperado suficiente.
Aparentemente había accedido a levantarme y marcharme pero cuando me encontraba cerca de la salida no pude evitar darme la vuelta y dar el espectáculo más bochornoso que jamás hubiera creído ser capaz de dar.
- Es verdad, somos unas zorras, TODAS somos unas zorras, pero vosotros sois unos cabrones y lo que es peor, sois unos cobardes y ¡SÍ! ¡DUERMO CON CALCETINES!
Me di la vuelta y salí entre sollozos lo más apresurada posible hacía mi casa mientras distinguí algún que otro aplauso y comentario de un grupo de chicas que al parecer se habían sentido identificadas con mi declaración.
Nunca he vuelto a ir a la cafetería, como nunca he vuelto a recibir una señal de mi acosador, quizás se encontraba entre los presentes cuando armé el numerito en la cafetería y le defraudé, quizás, no lo sé. Mis días como acosada habían llegado a su fin, era el momento de apagar la cafetera.

viernes, 2 de mayo de 2008

[TID]people


El Traidor, el Intruso, el Despistado

Busca una batalla en la que no encuentres a ninguno de ellos.